Fría como el hielo, inmovil, absolutamente quieta... me quedé paralizada. No sabía que hacer. No sabía si era real, un simple sueño que me jugaba una mala pasada o que quizás me confundí. Como una tonta baje la cámara y rápidamente pulse el botón para visualizar la última foto en vez de mirarle directamente, pues en cierto modo temía descubrir la verdad y haberme confundido. Pero mientras aparecía la foto en la pantalla, noté a alguien frente a mí y cuando levanté la cabeza lo comprobé.
Era él, y estaba allí, frente a mí. Y yo sin embargo no era capaz de reaccionar. En microsegundos una ráfaga de imágenes y recuerdos invadieron mi mente, yendo hasta el principio.
El regalo del viaje, el vuelo, la llegada a Inglaterra, la primera clase, el primer día que lo ví. Nuestra primera conversación donde sin conocernos decidimos irnos de mochileros por EEUU, su sonrisa, él. Otro día que nos cruzamos y no le reconozco, la noche que me bañé en la playa, otra conversación. El viaje en tren, mi bipolaridad, el viaje de vuelta, locura, me río de el simulando que me mete mano bajo la mesa, un zumo que subía la glucosa a mil, cartas. Su primer apodo, como se humedecía los labios para luego mirarme de esa forma tan pícara y única, última fiesta. Música,bailo, canto, río, disfruto. Me lo encuentro bailamos, reímos, cada vez más juntos y me besa. 1, 2, 3... dejo de contar. Pocas noches juntos pero inolvidables, sin dormir, hablando, conociéndonos, jugando, cosas que solo nosotros entenderíamos. Dormir 15 minutos, desayunar un vaso de agua y finalmente la despedida, más bien un hasta luego. Su beso, su último beso.
Tantos recuerdos en tan pocos segundos. Entonces noté su mano en mi cara con dulzura para limpiarme la tímida lágrima que bajaba mi mejilla. Después como quién se reencuentra con alguien a quien no hubiese visto en siglos. Lo abracé con fuerza para comprobar que era real. Que era él.
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